Desde el inicio de su vida profesional, David Peña
ha realizado un trabajo siempre inusitado, quizás por el equilibrio
entre la densidad intelectual y la gran sensualidad que caracteriza sus
trabajos. Sylvia Suárez |
Una de las consecuencias insospechadas de la elaboración
de postulados conceptualistas en Colombia, ha sido la creciente inconciencia
sobre el valor de la sensualidad para el pensamiento artístico. De
ninguna manera es ésta una parte del programa de las corrientes conceptualistas
dado que, por el contrario, éstas han procurado transgredir las soluciones
típicamente artísticas de lo sensual en la forma . Éste
es el caso paradigmático de la ruptura con las lógicas totalmente
“retinianas” de construcción y de recepción del
arte decimonónico, y ciertamente de algunas vertientes del arte moderno.
En nuestro contexto, una elaboración superficial (de las puras apariencias) con respecto a las estrategias conceptualistas y afines, ha dado al traste con un magma de producciones carentes de un pensamiento en y sobre lo sensual; se trata de un arte de ideas “zorro”, astuto pero no precisamente inteligente, que mediante gestos más o menos acertados, más o menos desafortunados, ofrece un espectro pleno de iconicidades perezosas concluídas mediante gestos fugaces, engañosos y sedimentarios. Envés y revés. La cosa sensual ofrece un espectro de obras que incursionan en la veta de lo sensual mediante la exploración de la opulenta gama de posibilidades que ésta ofrece formal y metodológicamente. La sensualidad de la que aquí se habla puede definirse como un contrato tácito entre la materialidad (física o evocada) y la formalidad de cuerpos y conceptos con nuestra percepción activa (ésta es una percepción que, en el acto mismo de “recibir”, transfigura, completa, relaciona, etcétera). Se trata, entonces, de un aspecto esencial del ejercicio del pensamiento artístico, diferenciado de otros por su plasticidad para acercarse a los fenómenos mediante una particular comunión de la percepción subjetiva, objetiva, productiva y receptiva. En este sentido, Liliana Sánchez, Gabriel Antolínez, David Peña y Camilo Ordóñez han mantenido en esta etapa inaugural de sus proyectos profesionales una investigación permanente en la que confluyen la lectura de materias específicas mediante programas de acción arbitrarios y la fuerza del azar (amarrado a la fisicidad de la materia) como piedra angular para la solución de las formas. Desde la perspectiva de esta exposición, Liliana Sánchez y Gabriel Antolínez probablemente ofrecen postulados afines por el abordaje exquisitamente intuitivo de materiales que, en sus proyectos, contraen unas dimensiones formales peculiarísimas. Sin embargo, mientras Sánchez se arroja a las inmensidades de una composición expansiva mediante gestos mínimos, pero indómitos (Suelo al/del Suelo), Antolínez convoca la potencia de estructuras implosivas y repletas de oficios dulces e incansables (Peluda). Por su parte, David Peña y Camilo Ordóñez encienden luces agudamente analíticas en las que las estructuras escapan a los arrebatos de la intuición y se erigen como axiomas constructivos que, en el caso de Peña, ponen a prueba las posibilidades mínimas de conformación de una estructura (Siluetas) y, en el de Ordóñez, los gestos escuetos y, quizás, fundacionales de una técnica (Neta y Neta según Morandi). Así, en esta muestra, se congrega un conjunto obras, que se rehúsan a olvidar el efervescente umbral de la reflexión que los sentidos conforman, convocándolos a operar unos sobre los otros en su acercamiento a estas flirteantes cosas sensuales. Sylvia Suarez |